“Nuestro país enfrenta grandes retos que debemos convertir en oportunidades para la gran transformación que necesitamos emprender. En el fondo estamos viviendo un cambio de siglo, un verdadero cambio generacional y tenemos que sin duda decidir si seguimos igual o trabajamos para propiciar el cambio.”
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Por: Dra. Eneida Torres de Durand
Directora Ejecutiva
Centro de Gobernanza Pública y Corporativa
El cambio de año nos da la oportunidad de pasar revista, de hacer balances, de empezar de nuevo y de poner en práctica los buenos propósitos. Esperamos que así sea en la esfera pública en la que sin duda han quedado pendientes muchos asuntos que podemos calificar con un DEFICIENTE. La crisis actual es compleja y seria y nos está llevando al límite. Basta pensar en el aumento en las muertes por crímenes violentos; el maltrato a la mujer, a nuestros niños y a los adultos mayores; la gente aún sin techo luego de los desastres naturales del 2017; la dramática pérdida de población; la economía que no despunta y los empleos que no se generan. En tiempos recientes no hemos conocido una crisis social, económica y de gobernanza que haya creado tanta incertidumbre, desasosiego y desconfianza.
Es evidente que nuestro País muestra desafíos pendientes con los que tenemos que comprometernos a trabajar sin demora antes de que finalice la segunda década de este milenio. Tenemos que ser capaces de comunicar de manera transparente cuáles son los principales retos que enfrentamos y cómo se atenderán; cuál es la transformación de país que queremos emprender y articular acciones concretas con todos los sectores de la sociedad para vencerlos. Nuestra gente tiene claro que los cambios y las transformaciones sistémicas que requiere el país son profundas e inevitables. Sin embargo, la clase política no logra implantar soluciones efectivas a los problemas que nos aquejan y no vemos voluntad para movilizar las reformas poniendo las necesidades de la sociedad al centro de los esfuerzos y no las conveniencias particulares políticas o empresariales de unos pocos.
Para lograr encaminar el bien común y el mejoramiento de la economía necesitamos una sociedad comprometida con el país; un gobierno comprometido con las necesidades esenciales de la ciudadanía y un lugar donde se respete el estado de derecho. Muchas han sido las voces que dan la receta sobre lo que según sus intereses es lo que necesitamos y se hace en la misma coyuntura en la que deberíamos tener claro que sin reformas sistémicas en su conjunto nada cambiará. La discusión apasionada y polarizada sobre los cambios que necesitamos sigue tomando matices que rehúyen aceptar que el inversionismo político y la propaganda mediática sigue generando espacios para la corrupción y ese problema no tiene ideología.
La incertidumbre y la sensación de desasosiego dominan los grandes procesos de cambio y transformación social que vivimos en la actualidad. En este contexto histórico en el que conmemoramos los 140 años del natalicio de Albert Einstein resulta oportuno reflexionar sobre el contenido profundo de su pensamiento sobre la crisis “La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas y países porque la crisis trae progreso. Es en la crisis que surge la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, sin crisis no hay méritos. La verdadera crisis es la crisis de incompetencia. Depende en gran medida de nuestra voluntad y de nuestro talento superarla”.
Las carencias y los problemas actuales que vive el país requieren un cambio profundo para sanear la enfermedad de raíz. Los sistemas políticos, sociales y económicos parecen estar desconectados de su raíz y enajenados de sus objetivos, métodos, estructuras y en su funcionamiento. Su objetivo ya no parece ser el servicio a los ciudadanos, sino que se han convertido en un fin en sí mismo y su razón de ser parece ser servirse a ellos mismos. Analizando algunos síntomas de la crisis actual podemos observar que la enfermedad de fondo surge por: (1) la falta de transparencia, la incompetencia y la negligencia en la gestión pública que mina la credibilidad del sistema financiero y de los ciudadanos; (2) la ausencia de un verdadero plan de país que defina las necesidades esenciales y las prioridades de corto, mediano y largo plazo; (3) los partidos políticos que se han convertido en instrumentos de poder, en vez de ser medios al servicio de la sociedad; (4) la irresponsabilidad en el manejo de los recursos públicos muy especialmente de índole fiscal; (5) la corrupción generalizada y la total impunidad que destruye toda la credibilidad y confianza en la clase política y en el sistema judicial.
La situación actual de crisis es compleja y grave, pero si nos sirve para despertar de la “burbuja” en que vivimos y aprendemos a ser más responsables, solidarios y humanos esta crisis puede transformarse en una valiosa oportunidad de crecimiento y prosperidad para todos. Articular estratégicamente la transformación de nuestro País no es fácil y menos si lo vemos a través de la mirada tradicional con la que lo hemos visto en las pasadas décadas. Generar el cambio en las estructuras sociales, económicas y políticas debe ser el primer paso para como dice el refrán popular “comenzar con el pie derecho”. Cambiar las formas de hacer las cosas, enfrentar la pérdida de los beneficios tradicionales a los que nos hemos acostumbrado y aceptar toda la gama de ajustes que como individuos, sociedad y empresas tenemos que hacer, implica un reto monumental.
Verdaderamente ahí es que se esta probando nuestra sociedad, y es cuestión de voluntad, capacidad, tiempo y recursos. Más que una época de cambios, enfrentamos un cambio de época como en su momento fue el paso de la sociedad agrícola a la sociedad industrial. En este momento se percibe que le cuesta más trabajo a aquellos que se aferran a los paradigmas tradicionales que a los que están más esperanzados en que las cosas cambien y mejoren.
Las instituciones de todo tipo: gubernamentales, empresariales, políticas, sin fines de lucro y hasta las eclesiásticas no están siempre al servicio del bien común. En estos tiempos turbulentos la sociedad necesita una visión y formas nuevas de hacer gobierno, política y economía. Si seguimos aplicando el paradigma actual nos seguirá arropando la desigualdad, la pobreza y la violencia. Necesitamos un cambio profundo y radical, de lo contrario seguirá aumentando la violencia y generando más deshumanización de la sociedad. Urge una regeneración de raíz, un saneamiento profundo, un nuevo paradigma de gobernanza y una nueva cosmovisión social. Las instituciones, tal como funcionan hoy, no están siempre al servicio del bien común. Al presente, los que toman las decisiones son los gobernantes quienes ostentan el poder delegado por el pueblo sin la inclusión ciudadana, lo que paradójicamente es contrario a la democracia en la que el poder soberano es el pueblo. Esta forma de funcionamiento hasta parece normal desgraciadamente. Necesitamos una verdadera “revolución” como la que se vivió en el cambio de las generaciones que nos precedieron. En la coyuntura histórica actual es apremiante que el sistema de gobernanza integre a todos los sectores de la sociedad en el proceso de generar e implantar políticas públicas y que los ciudadanos puedan cogobernar y fiscalizar al gobierno.
Sin embargo, ¿Qué nos retrasa? ¿Por qué no llegamos más rápido? Percibimos que las generaciones tradicionales no quieren perder sus privilegios, porque es más conveniente para sus intereses vivir en un país donde no hay justicia, donde no se respetan las leyes y donde la impunidad es la base de la actuación social. Un ejemplo de esto es la realidad de cuántos políticos quieren llegar a un puesto público para servirse y no para servirle al pueblo o la oculta corrupción en el gobierno y las empresas privadas, la cual nadie quiere reconocer y de la cual no se quiere hablar.
La crisis actual representa una oportunidad para trabajar juntos por el bien común de la sociedad. La propia doctrina social de la iglesia ha planteado por décadas que “De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social…Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todas las personas y de cada persona”.[1]
Nuestro país enfrenta grandes retos que debemos convertir en oportunidades para la gran transformación que necesitamos emprender. En el fondo estamos viviendo un cambio de siglo, un verdadero cambio generacional y tenemos que sin duda decidir si seguimos igual o trabajamos para propiciar el cambio. La noticia alentadora es que ya la ciudadanía despertó. Los desastres naturales de 2017 dejaron al desnudo la penosa realidad de que la demagogia política y la propaganda mediática solo nos lleva al fracaso. Ahora la sociedad está más preparada y dispuesta para fiscalizar las acciones de los que dirigen y gobiernan -ejecutivo, legislativo y judicial- para asegurarse de que hagan su trabajo. La gente está activamente exigiendo transparencia, integridad y probidad. La retórica y los manejos del político tradicional son cada vez menos aceptados.
Es alentador que hoy día hay gente de todas las generaciones que se están haciendo responsables de abrir espacios para el cambio y como sociedad debemos empoderarlos para que ayuden a diseñar y construir el Puerto Rico del siglo XXI. A casi dos décadas del inicio de un nuevo siglo todavía queremos responder a los problemas que enfrentamos con las normas y las conductas del paradigma tradicional del siglo pasado. La verdadera transformación del país debe comenzar con el cambio de paradigma en el ámbito sociopolítico. Hay que ser firmes en dejarle saber a la clase política- que utiliza el dinero público para hacer conferencias de prensa y hablar al micrófono y la cámara televisiva de los medios de comunicación- que no serán escuchados a menos que su conducta, sus acciones y su ejemplo en conjunto se refleje en los resultados de su gestión para la sociedad y en el impacto en su trabajo en general.
Debemos aprovechar esta crisis que nos inventaron o nos impusieron para enfrentar como pueblo los desafíos con un nuevo equipaje de respuestas que responda al bien común y no a los intereses particulares de unos pocos.
[1]“Compendio de la doctrina social de la iglesia”. BAC. Madrid 2009
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